—Gracias por invitarme a almorzar, Heiko —dijo Andrei, acomodándose en la silla—. Dijiste que tenías algo que contarme…
Suspiré y jugué con la servilleta, sin atreverme a mirarlo. No sabía cómo empezar sin sonar como un tonto.
—Es complicado —murmuré—. Creí que ya no podía sentir esto, ¿sabes? Que se me había roto algo por dentro y no tenía arreglo. Pero contigo... es diferente.
Andrei no dijo nada, solo me miró con esa calma suya que siempre me tranquilizaba. Como si tuviera todo el tiempo del mundo para escucharme.
Cuando te veo sonreír —continué, reuniendo valor—, algo se enciende dentro de mí. Como si hubiera estado viviendo a medias y de repente recordara lo que se siente estar vivo de verdad.
Por fin lo miré a los ojos. Vi algo cálido ahí, algo que me hizo pensar que tal vez no estaba loco por sentir todo esto.
Andrei se acercó un poco más. No hacía falta que dijera nada; su silencio me decía más que mil palabras. Me hizo recordar que había sufrido mucho antes, que había días en los que pensé que nunca volvería a ser feliz. Y ahí estaba él, sin juzgarme, ayudándome a creer que podía intentarlo de nuevo.
No sé cuánto tiempo nos quedamos así, pero sentí que algo importante estaba pasando entre nosotros. Algo que no necesitaba nombre todavía.
Me permití sentir el miedo y la esperanza al mismo tiempo. Por primera vez en años, decidí que quería ser feliz. Y cuando miré a Andrei, supe que él estaría conmigo, pasara lo que pasara.
Comentarios