En la penumbra de la mansión Vidal, las vigas del techo rechinaban con cada ráfaga de viento. Elena Torres, arquitecta especializada en restauración, había llegado esa tarde para evaluar la estructura. La casona llevaba abandonada más de cincuenta años, y necesitaba un informe detallado antes de las obras.
Recorría el segundo piso cuando encontró una puerta atascada al final del pasillo. Al forzarla, un olor penetrante a humedad la golpeó. La habitación había sido un estudio. Sobre un escritorio de caoba descansaba un diario encuadernado en cuero gastado.
Elena lo tomó con curiosidad. Las páginas amarillentas revelaban una caligrafía elegante. Los primeros registros databan de 1924 y pertenecían a Sofía Vidal, la última habitante conocida. Las entradas describían la vida cotidiana de la familia con detalle casi obsesivo.
Pero algo la inquietó. Sofía mencionaba eventos recientes con precisión extraña: "Hoy, 9 de diciembre de 2025, una arquitecta llamada Elena llegará a evaluar mi casa". Elena sintió un escalofrío. Pasó varias páginas y encontró descripciones de su propia vida: su divorcio del año pasado, la cicatriz en su rodilla izquierda, incluso el nombre de su gato.
En una entrada fechada "hoy", leyó:
"Elena cerrará este diario en exactamente ocho segundos, asustada. Escuchará pasos. Buscará su teléfono, pero la batería estará muerta aunque lo cargó esta mañana. Cuando mire hacia la puerta, verá una sombra. Pero no soy yo. Nunca fui yo."
Elena cerró el diario de golpe. Contó mentalmente: ocho segundos exactos. Los pasos resonaron en el pasillo. Buscó su teléfono: pantalla negra, batería inexplicablemente agotada. Miró hacia la puerta.
Una sombra se proyectaba sobre el marco, pero al dirigir su linterna hacia el origen, el corredor estaba vacío. El aire se volvió gélido. Abrió el diario de nuevo, buscando respuestas. Las páginas se movieron solas hasta detenerse en una entrada:
"Elena está confundida. Cree que soy un fantasma, que esta es una mansión embrujada. Qué predecible. La verdad es mucho peor: yo nunca existí. Sofía Vidal es un nombre que inventé. Este diario se escribe solo, alimentándose de quien lo lee. Cada persona que lo encuentra se convierte en mi siguiente historia. Ya registré a diecisiete antes de ti."
Elena dejó caer el diario. Las páginas se abrieron mostrando nombres y fechas: arquitectos, historiadores, curiosos. Todos habían desaparecido sin rastro. La última entrada decía:
"Ahora Elena intentará huir. Pero ya es tarde. El diario nunca deja ir a sus lectores. Necesita completar la historia."
Elena corrió hacia la puerta, pero esta se cerró con violencia. Las ventanas se sellaron. La habitación comenzó a encogerse, las paredes avanzaban lentamente. Regresó al diario desesperada. Nuevas palabras aparecían mientras observaba:
"Elena buscará una salida en mis páginas. Inteligente. Hay una, pero no la que espera."
Hojeó frenéticamente hasta encontrar páginas en blanco al final. Tomó un bolígrafo de su mochila y escribió con manos temblorosas:
"Mi nombre es Elena Torres. Soy arquitecta. Hoy, 9 de diciembre de 2025, encontré este diario. Pero yo decido cómo termina esta historia."
Las paredes se detuvieron.
"El diario no controla a sus lectores. Los lectores crean las historias. Y yo elijo escribir mi propia salida."
Continuó escribiendo rápidamente:
"Elena comprendió la verdad: el diario solo tiene el poder que le otorgan quienes lo leen. Al escribir su propia narrativa, rompió el ciclo. La puerta se abrió. Elena salió de la mansión. El diario permaneció abierto en el escritorio, esperando al siguiente lector que creyera estar leyendo una historia, sin darse cuenta de que estaba siendo escrita."
La puerta se abrió de golpe. Elena salió corriendo, atravesó el pasillo, bajó las escaleras. No se detuvo hasta llegar a su coche.
Al día siguiente, presentó su informe recomendando la demolición inmediata por "inestabilidad estructural severa". Nunca mencionó el diario. Algunos dirían que fue una decisión técnica. Ella sabía que era supervivencia.
Tres semanas después, la mansión fue demolida. Entre los escombros, los obreros no encontraron ningún diario. Elena nunca supo si realmente había escapado, o si simplemente había escrito el final que el diario quería que escribiera.
Esa noche, al llegar a su apartamento, encendió la luz de la sala y se detuvo en seco. Sobre su mesa de centro, donde no había nada esa mañana, descansaba un libro encuadernado en cuero gastado. Lo abrió con manos temblorosas:
"Mi nombre es Elena Torres. Soy arquitecta. Esta es mi historia..."
El libro estaba escrito con su propia letra.
Continúa en Diecisiete nombres antes del tuyo: El comienzo
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