Durante tres días, Elena intentó seguir con su vida normal. El libro permanecía en el cajón cerrado con llave. Revisaba compulsivamente las fotos en su teléfono: sí, el libro existía, no lo había imaginado.

El cuarto día, la llave desapareció de su bolso.

Y el libro estaba de vuelta en la mesa de centro.

Elena llamó a su hermana esa mañana. "Lucía, necesito que vengas. Hay algo raro pasando en mi apartamento". Pero Lucía estaba en un congreso en otra ciudad, no volvería hasta el fin de semana. "¿Estás bien? Suenas paranoica". Elena no insistió. ¿Cómo explicarle sin sonar demente?

Esa noche, después de darle vueltas durante horas, Elena tomó el libro.

Se abrió solo. No pasó a la primera página como esperaba. Las hojas se movieron rápidamente, deteniéndose en algún punto intermedio.

Y ahí estaban las palabras que había leído al final del diario de la mansión:

"Mi nombre es Elena Torres. Soy arquitecta. Esta es mi historia..."

Pero no estaba al principio. Había páginas antes. Muchas páginas.

Con manos temblorosas, retrocedió. Y encontró algo que le heló la sangre:

Fragmentos de sus pesadillas, escritos con detalle. No palabra por palabra de lo que había soñado, sino como si alguien hubiera estado documentando los hechos reales detrás de esas visiones:

"Marcos Ibáñez, 43 años, historiador. Entró a la mansión el 14 de marzo de 1956. Encontró el diario en el escritorio del estudio. Leyó durante dos horas. Su esposa llamó a la policía tres días después. El cuerpo nunca fue encontrado."

"Adriana Soto, 28 años, artista plástica. 22 de septiembre de 1973. Buscaba inspiración en la decadencia arquitectónica. Pintó un boceto del estudio antes de abrir el diario. La última entrada en su propio diario personal decía: 'He encontrado algo extraordinario'. Desapareció esa misma noche."

Elena pasaba las páginas con horror creciente. Diecisiete nombres. Diecisiete historias.

Pero antes de todos ellos, había un nombre que le resultaba familiar por las visiones:

"Sofía Vidal, 28 años, heredera de la mansión Vidal. 15 de agosto de 1924. Primera alma. Encontró el grimorio en el sótano mientras supervisaba renovaciones de la propiedad familiar. Su familia había construido la mansión en 1898 sobre las ruinas de una antigua capilla, sin saber que bajo los cimientos descansaba el grimorio enterrado por la Inquisición siglos atrás."

"Sofía era curiosa, estudiosa. Leía latín y tenía conocimientos de historia. Reconoció el grimorio por lo que era. Lo llevó al estudio del segundo piso para examinarlo mejor. Pasó tres días traduciendo las primeras páginas. Para el cuarto día, ya había leído su propio destino."

"Intentó entregarlo. Llamó a su hermano menor. Pero en el último momento, no pudo. Murió en el estudio, sentada en su escritorio, el grimorio abierto frente a ella. Su familia pensó que había sido un ataque al corazón. Tenía apenas 28 años."

"El grimorio fue guardado con sus pertenencias. Permaneció en el estudio durante décadas, esperando."

Elena sintió un nudo en la garganta. Sofía había sido real. Había existido. Y había tomado la misma decisión que ella estaba a punto de tomar.

Continuó leyendo. Y en medio de todas las historias, una que le cortó la respiración:

"Patricia Torres, 31 años, arquitecta. 8 de octubre de 2019. Prima segunda de Elena Torres, aunque nunca se conocieron personalmente. Evaluaba la propiedad para un posible comprador. Llamó a su madre a las 3:47 PM diciendo que terminaría pronto. A las 5:15 PM su teléfono dejó de dar señal. La búsqueda duró tres semanas. Sin resultados."

Elena cerró los ojos. No era coincidencia. Nunca lo había sido.

Siguió retrocediendo páginas, buscando el origen, y entonces lo encontró. Texto escrito en una caligrafía antigua, casi ilegible:

Año del Señor 1600. Villa de Montemor.

"Yo, Magdalena Cortés, acusada falsamente de brujería, condenada a morir en la hoguera por crímenes que jamás cometí, escribo estas palabras con mi propia sangre en las horas previas a mi ejecución."

"Si he de morir por bruja, que al menos sea verdad. He usado las artes que me enseñó mi abuela en secreto. He conjurado este grimorio. No para venganza, sino para regresar. Para vivir las cien vidas que me fueron arrebatadas."

"Cada alma que lea estas páginas alimentará mi retorno. Cuando cien almas hayan sido reclamadas, renaceré. No como Magdalena, sino como algo nuevo. Alguien nuevo. En un tiempo nuevo."

"El grimorio no puede ser destruido. Se protege a sí mismo. Se oculta cuando debe ocultarse. Aparece cuando debe aparecer. Y ofrece una única salida a quien lo lee: entregar el libro a otro. Pasar la maldición. Salvar tu vida condenando otra."

"Pero el grimorio conoce el corazón humano. Conoce a los nobles y a los cobardes. Si quien lo lee es de alma pura y se niega a condenar a otro inocente, el grimorio lo respeta. Le da tiempo. Siete días para decidir. Para cambiar de opinión. Para elegir entre la nobleza y la supervivencia."

"Y si al séptimo día la decisión sigue siendo no condenar a nadie..."

Elena no quería leer más, pero sus ojos continuaron:

"...el alma será reclamada. Sin dolor. Un sueño del que no se despierta. Una parada cardíaca que ningún médico podrá explicar."

"Van dieciocho almas. Faltan ochenta y dos."

Las manos de Elena temblaban violentamente. Pasó las páginas hacia adelante, más allá de su nombre, y encontró lo que temía:

"Elena Torres descubrirá la verdad el cuarto día. Considerará entregar el grimorio. Pensará en su vecino del 4B, en la mujer del supermercado, en el repartidor que toca su puerta. Pero no lo hará. Es demasiado parecida a su prima Patricia en eso. Ambas prefieren cargar el peso ellas mismas."

"En siete días desde que abrió el grimorio por primera vez, su corazón se detendrá mientras duerme. No habrá dolor. No habrá miedo. Solo silencio."

"Su hermana Lucía encontrará el cuerpo. Los médicos dirán 'falla cardíaca súbita'. La familia llorará. Y el grimorio será guardado con sus pertenencias, esperando."

Elena cerró el libro con violencia. Podía sentir las lágrimas corriendo por sus mejillas.

Siete días. Ya llevaba cuatro desde que lo abrió por primera vez en su apartamento.

Podía salvarse. Solo tenía que ir a la calle, encontrar a alguien, cualquiera, y decir "toma, lee esto". Ver cómo abrían el libro. Ver cómo sus nombres aparecían en las páginas. Y caminar libre.

Pero ¿cómo? ¿Cómo podría vivir sabiendo que eligió su vida sobre la de un inocente?

Los siguientes tres días fueron un infierno de indecisión. Elena investigó obsesivamente. Buscó información sobre Magdalena Cortés, sobre Villa de Montemor, sobre maldiciones y grimorios. Visitó librerías esotéricas, habló con supuestos expertos en lo paranormal. Nadie tenía respuestas.

Intentó quemar el libro. Las llamas no lo tocaban.

Intentó romperlo. Las páginas no se rasgaban.

Intentó hundirlo en el río. Al día siguiente estaba de vuelta en su apartamento, completamente seco.

La séptima noche llegó.

Elena se sentó en su sofá, el grimorio en su regazo, y lloró. Lloró por las diecisiete almas antes que ella. Lloró por Patricia, a quien nunca conoció pero que compartía su sangre y su destino. Lloró por sí misma.

Y entonces tomó una decisión.

Escribió una carta a mano, con letra clara:

"Lucía:

Sé que lo que voy a decirte sonará a locura, pero tienes que creerme. Este libro que encontrarás junto a esta carta es peligroso. No lo abras. No lo leas. No importa cuánta curiosidad sientas.

Llévalo a la Iglesia de San Miguel, en el pueblo de Montemor (sí, existe, lo busqué). Entrégaselo al padre Eugenio. Él sabrá qué hacer. Si no está, busca al más anciano. Diles que es el grimorio de Magdalena Cortés. Ellos entenderán.

No lo dejes en casa. No lo guardes 'por mientras'. Prométeme que harás esto inmediatamente.

Sé que moriré esta noche. Los médicos dirán que fue mi corazón. Y técnicamente será verdad. Pero la razón real está en estas páginas.

No me busques respuestas en el libro. Solo llévalo a donde debe estar.

Te amo. Siempre te amé.

Elena"

Selló la carta. La dejó en un sobre marcado "URGENTE - ABRIR INMEDIATAMENTE" y lo pegó con cinta adhesiva en la puerta de su refrigerador, donde Lucía no podría no verlo.

El grimorio lo envolvió en tres bolsas de plástico negras, lo metió en una caja de zapatos, y la selló con cinta de embalar. Escribió en la caja con marcador rojo: "NO ABRIR - LLEVAR A SAN MIGUEL".

Lo dejó todo preparado.

Se duchó. Se puso su pijama favorita. Se acostó en su cama.

Puso una alarma en su teléfono para las 6 AM con una nota: "Lucía - revisa el refrigerador".

Y esperó.

No tenía miedo. Solo una extraña paz. Había elegido. No condenaría a nadie. Si el precio de su nobleza era su vida, que así fuera.

Cerró los ojos.

Su último pensamiento fue para su hermana: "Por favor, Lucía. Esta vez escucha".

Su corazón se detuvo a las 4:17 AM.

Sin dolor. Como dormir y no despertar.

Seis años después. 2031.

Lucía Torres, ahora de cuarenta y tres años, se mudaba finalmente a una casa más grande. Había guardado las pertenencias de Elena en un depósito de alquiler durante años, incapaz de deshacerse de ellas pero tampoco de tenerlas cerca.

Encontró la carta y la caja ese día. Selladas, intactas.

Los paramédicos las habían guardado sin abrirlas cuando encontraron el cuerpo de Elena. "Pertenencias personales", dijeron. Lucía las metió en una caja sin mirar, demasiado destruida para procesar nada en ese momento.

Ahora, seis años después, finalmente las tenía en sus manos.

Abrió primero la carta. Las manos le temblaron al leer las advertencias desesperadas de su hermana.

Miró la caja sellada.

"Llévala a San Miguel", decía la carta.

Lucía tomó su teléfono. Buscó "Iglesia San Miguel Montemor". Existía. A tres horas de distancia.

Durante diez minutos, miró la caja. La carta. La caja de nuevo.

"Solo quiero ver qué hay dentro", pensó. "Solo para entender qué pasó con Elena. Después la llevaré. Lo prometo".

Rompió el sello.

Abrió las bolsas.

El grimorio descansaba ahí, intacto, esperando.

Lo abrió.

Las páginas se movieron solas, deteniéndose en una entrada reciente:

"Diecinueve de cien. Lucía Torres. Hermana de Elena. Arquitecta como toda su línea familiar. Ignoró las advertencias, como todos ignoran las advertencias. La curiosidad siempre gana."

"Magdalena Cortés renacerá. Faltan ochenta y una almas."

Y debajo, con tinta que parecía escribirse en ese mismo momento:

"Mi nombre es Lucía Torres. Esta es mi historia..."

Lucía dejó caer el libro.

Pero ya era demasiado tarde.

El grimorio había encontrado su próxima lectora.


Fin. Hasta que el grimorio encuentre al siguiente lector.